Tipicidad transmontana en miniatura

La inspiración de José Coelho bebe de la vida de la aldea y de los tiempos de antaño para hacer renacer casas, graneros, iglesias, carros de bueyes, arados, yugos y otros aperos agrícolas en miniatura.

El gusto por las tradiciones le llevó a desarrollar aptitudes artísticas. «En mi aldea, Campeã, había algunos oficios y empecé a darme cuenta de que todo estaba desapareciendo. Las propias juntas parroquiales cambiaban las piedras de los muros de los caminos por cemento y eso quedaba feo». Por otra parte, «ya de pequeño, cuando andaba con el ganado, hacía casitas en miniatura».

Sus abuelos maternos eran «habilidosos» tallando la madera y José, de 46 años, acabó siguiendo sus pasos en otro material. “No es difícil trabajar la piedra para quien tiene un poquito de maña y para quien le gusta hacer cosas», asegura.

«Del trabajo y de la experiencia, aprendió el hombre la ciencia», por eso, «al comenzar a hacer callo», se suceden los intentos de superarse a sí mismo. «Primero, hay que saber lo que se va a hacer. Después, conocer el material, saber si tenemos maña para ello y usar las herramientas adecuadas».


Obra minuciosa

En la última década, José se ha empeñado en reproducir réplicas de «cosas tradicionales, casitas, iglesias y todo lo que tuviese que ver con la aldea». Por tanto, los modelos son el resultado de aquello que observa o de su imaginación.

En el epicentro del proceso de fabricación está la proyección, en papel, del futuro objeto. A continuación se realizan los cálculos matemáticos y se definen las escalas que hay que respetar para que, por ejemplo, «la casa quede con el tamaño que se imagina, que, en el fondo, es como se hace en grande».

«Hago un esqueleto en madera para ponerlo en el interior, basado en los dibujos y en el cual debo colocar las ventanas, las puertas y las escaleras. Después, es cuestión de empezar a forrar con madera. Lo hago por partes o alrededor, levantando las paredes al mismo tiempo», describe.

La sierra de Marão es la principal proveedora de su materia prima. «Voy a la montaña, donde hay piedras que la Naturaleza ya ha deshecho y, después, uso colas, porque el cemento aquí no sirve». Para conseguir piedras a medida, José las parte con alicates de corte y para moldearlas usa lima y lija.

En esta meticulosa y paciente labor, el artesano aplica varios materiales de revestimiento, como la cal en las fachadas de las iglesias, el gres y la arena para «imitar el granito». Con restos de madera hace puertas, portales, pilares, balcones o los detalles de las cerraduras y de las ventanas.

De sus manos salen también fuentes, horcas, cestos, telares, devanaderas y ruecas en tamaño reducido. «Las piezas del lino se hacen de nogal y, en las ruecas, uso caña de india», revela.

En el caso de las miniaturas de herramientas agrícolas, el artesano emplea maderas de castaño y de aliso, por su resistencia, durabilidad y porque «quedan más bonitas». «Para trabajar las maderas, uso la navaja, el formón y el cepillo», menciona.

La fabricación sigue la misma fórmula, es decir, comienza con «el diseño y las cuentas», se hace pieza a pieza y, después, se encaja todo. Las maderas pueden barnizarse o pintarse. José también utiliza anillas de aluminio para reforzar las uniones entre las piezas o por una cuestión estética.


Fieles a los orígenes

Las personas que quieren estas piezas, meramente decorativas, «aprecian la naturaleza y que tienen buen gusto y sensibilidad». «Más personas de los pueblos que de las aldeas, también personas de Trás-os-Montes que están desplazadas, porque mis piezas retratan un poco lo que es la región».

Los turistas tampoco se quedan indiferentes ante unas miniaturas tan primorosas. «Las admiran mucho y ven que ahí hay algo distinto. Hasta tuve unas personas de Francia que querían a toda costa que fuese a exponer cerca de la Torre Eiffel».

La producción de miniaturas ha sido minúscula, ya que José las elabora en función de su disponibilidad y también «porque no compensa». «Si no claro que trabajaría, porque es un bichito que siempre me está picando».

Texto: Patrícia Posse | Daniel Faiões